sábado, 14 de mayo de 2016

El mejor cinco

Si la vida se pareciera mas al fútbol cada familia sería como un pequeño equipo: duros y aguerridos -defensivos- algunos y otros mas líricos y volados, mas preocupados por disfrutar el fútbol como si fuera un arte, que en mantener el cero en el arco propio. Algunas con buenos campos de entrenamientos y todas las comodidades y otras con el campo de juego arruinado, pero afrontando cada compromiso con altura, pese a llevar varios meses sin cobrar. 

Algunas transitando la notoriedad del apellido y otras llevando al apellido como quien lleva los trapos hacia cualquier cancha, para desplegarlos de par en par en la cabecera y sentir el orgullo de los colores y saltar y cantar, aunque estemos en silencio en una mesa ajena.


Si la vida se pareciera mas al fútbol, cada miembro de una familia -cada miembro de un equipo- ocuparía una posición en el campo según su temperamento. Habría parejas siempre juntas en cada aventura -quizá un poco pataduras- pero con el sacrificio bien puesto, como los centrales de un equipo del ascenso. Podría haber parejas exitosas, que ganaron todo, pero que no se hablan, como Riquelme y Palermo; hermanos menores subiendo por la punta, chiquitos y que se caen y al instante se levantan gambeteando al que se cruce; hermanos del medio que a veces se quejan porque no se la tocan, porque el juego no va para su lado o porque el referí no los quiere, necesarios igualmente para destrabar cualquier partido -pase perfecto, clarificador, milimétrico-; algunos hermanos mayores que eran la joyita del equipo y los miraban de afuera -hasta que en esa infortunada jugada se lesionaron los cruzados- y otros que jugando de laterales con ganas y esfuerzo llegaron a primera, aunque son de roja fácil cada vez que se calientan y habitualmente se mandan alguna cagada que termina en gol del rival. En cada equipo conviven ademas miembros de diferentes edades; jugadores en plenitud con una buena carrera por delante, juveniles que recién empiezan y están por salir de titulares a la cancha de la vida, y viejos y queridos ídolos, inoxidables, y que despiertan la admiración de toda la hinchada.
Si la vida se pareciera mas al fútbol, seguro que mi abuela hubiese sido el mejor cinco; organizando la defensa, jugandosela en cada pelota, retando al que sea cuando las cosas se están haciendo mal, sea infante, adulto, batracio o can. Alzando la voz ordenaba la linea de 4 (nietos), con una caricia remendaba algún dolor y subía la moral del equipo con un plato de milanesas o algunos caramelos Flynn Paff o un helado en Tucán después de cobrar la jubilación.
La abuela no fue especialmente vistosa. No fue un cinco de juego. Su fuerte no fueron las cartas, ni el lirismo. Los habilidosos son bárbaros, pero cada tanto se borran. Ella nunca nos dejó con diez, aún cuando la cosa estaba picante. Su virtud fue estar presente siempre, dando ese cariño que no se expresa en palabras sino en acciones, con el cuerpo, con humanidad y humildad, con calor de abuela.
Finalizando su carrera tuvo las lesiones y achaques de un player veterano, pero siempre nos dio una lección de sacrificio aún cuando los músculos dolían y las piernas no daban más. Nunca entregarse; cabeza en alto, sea 5 a 0 en contra o 3 a 0 a favor... seguir, pese a todo. Aunque duela el cuerpo, la cabeza o el corazón.
Ya hace 8 años que la abuela colgó los botines de la vida y se fue a cortar contragolpes por alguna estrella. Su club la idolatra y siempre la recuerda. Los ídolos no se olvidan y no dejan nunca la cancha: en cada pase, en cada mirada, en cada abrazo de gol, en cada acierto y en cada tristeza, al tocarnos el pecho otra vez los encontramos.

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