sábado, 9 de enero de 2016

La máquina de mirar

1.

Cinema Verité es la séptima canción del cuarto disco de Serú Girán. En Ella, Charly Garcia, el autor de la pieza, nos introduce en la “descripción densa” de una escena en la playa, en la que el tipo de un Mercedes Benz camina como Tarzán intentando impresionar a “una chica tonta más, bajo el sol”. La canción se torna un video cantado cuando Garcia saca su “Máquina de Mirar”, y nos termina de pintar los pormenores de la escena.
Siempre me gustó esa canción, pero nunca había prestado demasiada atención a su letra. O al menos no había representado demasiado para mí. Hasta que un día, en un colectivo desbordado y con el aire denso, yendo para el trabajo, comprendí.

2.

Sorprendería saber lo regulares que somos. Lo rutinarios. Lo predecibles. Como recorriendo vías invisibles, día tras día atravesamos las mismas estaciones. Nos ponemos ropa parecida, desayunamos lo mismo o parecido, vamos para el mismo trabajo, esperamos el colectivo en la misma parada. A veces viajamos cientos de veces con las mismas personas y no nos damos cuenta. Las personas miran cada vez menos el mundo que los rodea y cada vez mas la pantalla de su celular. No sé si es bueno o malo eso; un poco de stalkeo en el muro de un enemigo es mucho mas entretenido que una indagación filosófica sobre el sentido de la existencia.

3.

Gente que pasaba a intervalos misteriosamente regulares sacó de quicio al bueno de Truman, el personaje de Jim Carrey en The Truman Show. Algo andaba mal: En un determinado momento Truman detiene su marcha y el mundo detiene su marcha. Vecinos, clientes, simples conocidos parecen extras de cine. Algunos edificios parecen decorados de cartón y yeso, con la chica que sirve las donas y el café, por detrás.

4.

A su modo, cada uno de nosotros es protagonista de su propia película: Tenemos varios personajes principales, una actriz reconocida y prestigiosa que hace de tu vieja y extras, como en el programa de Truman. Extras que toman el colectivo con vos, y que van a algún lado, como vos. ¿Y si tomo la máquina de mirar, como dice Charly, que vería? ¿Los extras de mi vida, hacia donde van? ¿Quienes son? ¿en que parada se bajan? No sé el nombre de ninguno, pero los puedo identificar. Los “tengo de vista”, no los conozco, no se nada de ellos. Pero me divierte la idea de imaginarme sus vidas, de inferirlas, como si fuera un juego, con los mínimos elementos disponibles.

5.

De todos, solo uno conoce mi existencia y me saluda cuando me ve: un hombre de unos 30 y pico que sube en los abuelitos y se baja en Humberto, al igual que yo. Siempre se viste igual, muy prolijamente: pantalones caquis o azules, chombas de piqué y mocasines marrones. No tengo idea en que trabaja, pero presumo que en alguna oficina o en algún comercio.

6.

Mis amigos los albañiles, son en cambio mucho mas variables. No son siempre los mismos, pero están todos los días, como el IVA en los alimentos. De ida van silenciosos y dormidos, casi moribundos sobre sus asientos. A la tardecita, en cambio, se los ve jocosos y comunicativos en la hilera de cinco asientos del fondo, riéndose en voz alta después de aclarar ideas (presumiblemente) con la ayuda de un buen cartón de Uvita.

7.

La mujer de la cara sufrida, la veo solo de vez en cuando. Ojeras marcadas, los ojos algo saltones, y una expresión amarga y triste acentuando algunas arrugas prominentes de su cara. No sé porque, pero sus pantalones joggings me hacen suponer que se dedica al servicio domestico y que deja a sus hijos pequeños todas las mañanas para ir a trabajar.

8.

Solamente dos veces me cruce al señor que sólo tenia un botón en su camisa. Por suerte lo llevaba abrochado.

9.

La rubia cuarentona que sube en la GNC viaja solo por unas pocas cuadras. Mis amigos los albañiles la miran con poco disimulo mientras toca el timbre y baja por la puerta trasera. Ella Lleva Jeans y Tacos. Ellos, zapatillas deportivas salpicadas de cemento. Ella quiere llegar rápido a su trabajo. Ellos, seguir mirando.

10.

Cuando llego tarde a la parada y tomo el colectivo de menos diez, en lugar del de menos 20, los personajes se renuevan. Ahí aparece el muchacho de la concesionaria de motos, que siempre viaja hablando con el chofer. O El chofer; el único del plantel celoso de los horarios de su recorrido: me hace llegar tarde incluso las veces en que su colectivo pasa temprano. O las dos señoras de cincuentipico que trabajan en una fabrica y charlan todo el viaje sobre sus nietos o sus compañeros de trabajo. O la chica de anteojos que se viste tan feo que es imposible no distinguirla. O el chico gordo de voz “suavecita” y su amigo morocho y alto: suelo verlos poco a la ida, pero con mas frecuencia a la vuelta y por alguna razón me imagino que son docentes o preceptores de algún lado.

11.

Una vez que bajo del colectivo, los perros de la avenida me dan la bienvenida, mientras pelean entre sí o le ladran a algún auto que pasa. Camino la cuadra de los kioscos cerrados (al parecer cierran especialmente los días en que necesito comprarles algo) y en la esquina veo al señor del bar levantando la persiana y sacando algunas mesas a la vereda. Mas adelante pasa la chica de la perfumería, que es para mí una suerte de reloj humano: Si la cruzo en Colón y Mitre, estoy llegando al trabajo con justeza. En cambio, si la cruzo en San Martín y Mariano Moreno, significa que estoy llegando tarde.

12.

Cuando llego al trabajo vislumbro la fila de gente que espera ser atendida. Saludo con frescura si son pocos, con algo de bronca si son demasiados. Tardo unos cinco minutos en ubicarme en tiempo y espacio. Cuando el reloj lo indica, llamo mi primer numero. Atiendo al primer extra, al segundo, al décimo cuarto. Pasan las horas y las escenas, las caras repetidas y las que nunca mas voy a volver a ver. En ese momento me doy cuenta de todo. Uso la maquina para mirar, y ellos usan la suya para mirarme a mí. Y así como ellos en la mía, yo también soy como un extra de cine en la vida de los otros. Y seguro me estoy robando metraje en alguna escena, aunque la cámara me enfoque un poco de costado.

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