miércoles, 27 de julio de 2016

El chico de la obra social

En mi corta experiencia como técnico en una fábrica, debía efectuar controles y mediciones en equipos eléctricos y tableros conectados a altas tensiones. La mayoría de esos equipos tenían muchas medidas de seguridad y protecciones, pero algunas mediciones debía efectuarlas sobre tableros mas viejos y conexiones no tan seguras. En condiciones normales no existían mayores riesgos, pero lo cierto es que técnicamente mi vida estaba en mis manos. Morir era puentear el punto A con el B, que estaban allí, al alcance de la mano. Si me resbalo y me caigo y sin querer me agarro de acá, ya está, la quedo -pensaba las primeras veces que, pinza amperométrica en mano, realizaba esas mediciones. Al mes ya me había acostumbrado, ya no temía, en cada movimiento, por mi vida.  Porque con el tiempo, el contacto permanente con la materia con la cual se trabaja uno naturaliza, se acostumbra, pierde de vista lo complejo de aquello que esta realizando. Sin embargo el acostumbrarse también tiene un aspecto dificultoso, mas si la materia con que uno trabaja es la gente: es difícil ponerse en el lugar del otro, recordar que somos personas, tener empatía.
Atender al publico en el registro del automotor es una tarea complicada, no tanto por la necesidad de conocer los vericuetos de los tramites que se presentan, sino por el contacto cara a cara con los usuarios. Uno es la cara visible de un organismo al que casi nadie concurre con gusto, y por tanto es la membrana plasmática, el interlocutor, el nexo, entre lo que pasa adentro y lo que pasa afuera.


Como si fuera poco la demanda de atención es variable, suele ser estacional (mayor cantidad de personas y tramites en periodos de vacaciones, en vísperas o vueltas de fin de semana largos, épocas de pago de aguinaldos, etc), pero a veces es completamente inesperada: puede haber muchísimas personas concentradas un día, y al día siguiente, la nada misma, un desierto de trámites.
Muchos usuarios del registro sienten por los formularios el mismo respeto que yo sentía por la electricidad, como he señalado ya una vez aquí en el blog. Pero es en parte porque no están acostumbrados a la jerga utilizada, ni tampoco pueden recordar en su conjunto la pléyade de ítems que les enumeramos y que deben completar en ellos.  Además, hay situaciones que solo tienen lógica en el contexto de los registros, y por eso a los usuarios les parecen tan antinaturales. Siempre pienso que si el mismísimo Max Weber reviviera y viniera a un registro a transferir su Mercedes se suicidaría por la forma en que algunas prácticas y procedimientos contradicen sus teorías.
Atender a las personas es difícil, pero también es difícil ser usuario. Y valga para ejemplificar eso otra pequeña historia personal, con ribetes de justicia poética. Porque en la vida hoy te encontrás en un lado del mostrador, pero mañana podés estar en otro lado. Por eso creo yo que es un gran ejercicio ver aunque sea un poco, el mundo con los ojos del otro.
Hace unos años estuve muy enfermo. Gracias a dios, por el trabajo de mis padres, podía gozar de una buena cobertura de salud. En los temas médicos no tenía problema alguno. Me atendía en lindos hospitales, con enfermeras que me traían un sanguchito de Jamón y Queso cada vez que iba a colocarme la medicación. Algo molesto de estar enfermo es hacer los trámites administrativos para hacerse estudios o realizarse practicas. A pocas cuadras de donde me atendía estaba la oficina donde debía concurrir a hacer las autorizaciones. Iba alegre, munido de mis certificados y ordenes médicas, generalmente confiando en que todo sería un pin-pam-pum. Me anunciaba,  bajaba por una escalera mecánica y me sentaba en un silloncito esperando que me atendieran.
En ocasiones la atención era inmediata, pero por lo general tenía que esperar. Si la demora era mucha ya me enbroncaba. No podía entender como tardaban tanto en atender. Miraba a los empleados en sus escritorios atendiendo y para mis adentros pensaba: ¿Que carajo hacen?, ¿Por qué pierden tanto tiempo?, ¿porque hay tan poca gente atendiendo y tanta gente esperando?. El muchacho que siempre me atendía tenia unos 25 o 30 años. Recuerdo sus ojeras marcadas y que a veces me hablaba como un zombie, como dopado, sin mirarme. Todas las veces que me atendía ensayaba un itinerario parecido: se paraba y sacaba una fotocopia, le preguntaba algo a un compañero. Iba a un cuarto mas grande que quedaba en el fondo, yo supongo hoy, la oficina donde estaba el jefe. Luego de un rato volvía con unos papeles en la mano y con respuestas. Pocas veces me enojé realmente con él, porque siempre me caractericé por aceptar las reglas y en general cumplirlas, a veces creo que demasiado. Las ocasiones que le hice una repregunta, o esperaba una definición del tipo ¿Cuando me van a dar xxxx medicamento? O ¡Necesito que me autoricen la practica para tal día! el chico me explicaba unos intrincados procesos de autorizaciones, en los cuales había que mandar faxes, que lo revisara el sector de autorizaciones, y que después había que esperar la respuesta del auditor de no se que mierda... en fin... el chico me los explicaba: yo no entendía un carajo.
En ese tiempo, tenia 21 años. Hoy tengo casi 30 y me parezco mucho a ese joven que trabajaba en Swiss Medical: Uso camisa, tengo las mismas ojeras y hablo como zombie en ocasiones, a gente que no me entiende una sola palabra de lo que le digo.

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